¡Viva la Pepa! Origen histórico y usos en el habla conversacional

La Pepa es como se le llama popularmente a la Constitución de Cádiz, de 1812

Viva la Pepa es una expresión que en el imaginario colectivo español se identifica con la Constitución de Cádiz que celebra hoy su bicentenario. Se promulgó y firmó el 19 de marzo de 1812, día de San José, de ahí que se utilizara el hipocorístico (o diminutivo) de José que es Pepe, para hablar de la constitución como la Pepa, teniendo en cuenta su género femenino.

El nacimiento histórico de ¡Viva la Pepa! aun es motivo de estudio. José María García León, Doctor en Historia y gran investigador de las Cortes de Cádiz, rebate con sus amplias investigaciones que haya sido una consigna política y popular coexistente con la Constitución de Cádiz como se ha afirmado durante muchos años y en los medios de comunicación, por estos días.

José María argumenta que ¡Viva la Pepa! como sinónimo de ¡Viva la Constitución! «es una leyenda posterior» y que en las publicaciones de la época nunca se utilizó el término «La Pepa» sino otras expresiones como ¡Viva la Nación! o ¡Viva la Patria! Tampoco esta interjección aparece en las ediciones periódicas, ni siquiera en las de carácter liberal, de los años posteriores (cuando ya había sido derogada la constitución), ni en la producción teatral de sainetes, coplillas o sátiras tan relacionadas con la ironía política de la época. (Particularmente pienso en la dificultad de hallar pruebas impresas de una frase propia de círculos liberales, que en medio de un escenario hostil, intentaban sortear la censura política con una frase que funcionaba a modo de clave, gracias a que literalmente no hacía referencia alguna a la Constitución de 1812).

La representación de los diputados americanos en las cortes y el movimiento liberal que existía en cada una de las antiguas provincias españolas, influyeron seguramente en que ¡Viva la Pepa! llegara y se difundiera en países como Cuba, Argentina, Venezuela, Nicaragua, Uruguay, Perú… donde aun se conserva, no con su sentido político e histórico, pero sí en el habla conversacional.

Coloquialmente viva la Pepa se utiliza para hablar de una situación de desbarajuste, despreocupación o excesiva licencia (RAE). Ese valor semántico de Viva la Pepa en el español de España y en el de América se asocia con el sentido irónico y despectivo que los absolutistas le acuñaron. Para los conservadores viva la Pepa significaba anarquía, libertinaje, desorganización y vagancia, partiendo de que la Constitución de Cádiz estableció leyes sin precedentes como la libertad de prensa, de expresión, la soberanía nacional, la división de poderes… entre otros derechos civiles y constitucionales para España, y significativamente, también para las colonias de ultramar.

En la actualidad viva la Pepa tiene diferentes matices semánticos según como se utilice: «Este trabajo es un viva la Pepa», quiere decir que reina el caos, el desorden, la falta de normas y de compromiso.

La adjetivación de la frase tiene un uso peyorativo, es un viva la Pepa es sinónimo de otras locuciones coloquiales como: es un viva la vida o un viva la virgen y se utiliza para calificar a alguien de vividor, irresponsable, informal, anárquico, fiestero y golfo (en España).

«Me he ganado la lotería ¡Viva la Pepa!», equivale a: viva la fiesta, el jolgorio, la despreocupación, el alboroto (sin esa connotación despectiva de los usos anteriores).

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Un cuento chino: significado y usos coloquiales.

Hace unos meses se estrenó la comedia argentina «Un cuento chino» del director Sebastián Borensztein y su título me hizo recordar el amplio uso coloquial que tiene esta expresión en Cuba y en el lenguaje conversacional de España, Argentina, Chile, Panamá, Costa Rica y Perú.

Un cuento chino se define por la RAE como embuste, mentira disfrazada de artificios, pero vale aclarar que no se trata de un engaño simple o evidente, sino de una mentira disimulada, ingeniosa, encajada dentro de una historia fantástica o de dudosa veracidad. Esta diferenciación viene dada por la palabra cuento, del lat. computus: contar, calcular, que derivó en relatar sucesos y luego en fabulación.

Hay otras palabras que coloquialmente tienen similar significado a un cuento chino. En España y Honduras trola (del ant. hadrolla o fadrolla, adrolla) significa mentira o falsedad (RAE) referida en forma de historia, y trolero es quien dice la trola. En Argentina y también en España no me cuentes milongas o no me vengas con milongas es como decir no me vengas con cuentos, con habladurías o inventos para justificar o enmascarar una mentira.

Haciendo honor a la definición de cuento, un cuento chino tiene diferentes historias sobre sus orígenes, derivadas del contexto y la época donde se utilizaba esta locución. Algunos dicen que es una frase que acuñaron irónicamente los romanos a consecuencia del libro y las narraciones orales que se difundieron después de los viajes de Marco Polo (1254-1324). El mercader veneciano fue de los primeros en explorar la llamada posteriormente ruta de la seda y en contar la experiencia de sus viajes por el extremo oriente a través de El  libro de las Maravillas (dictado por Marco Polo al escritor Rustichello da Pisa mientras compartían celda allá por el año 1298). Además de ser un manual medieval detallado para comerciantes y exploradores, la obra narra con gran fascinación y entusiasmo todos los descubrimientos que hizo el aventurero veneciano en sus estadías por China, India, Japón y otras regiones escasamente conocidas.

Las descripciones que aparecen en El libro de las Maravillas (que hasta 1503 no se editó en castellano) sobre animales raros, especias de sabores extraños como la pimienta y el gengibre, lenguas y etnias desconocidas, las encarnizadas conquistas de los reinos, la diversidad de costumbres y creencias religiosas, los jardines y las flores exóticas, el descomunal palacio de oro y plata del emperador mongol Kublai Kahn al que Marco Polo sirvió durante 17 años… hicieron que esa narración épica y fabulosa de la región asiática, tan insólita e inaccesible para la europa occidental de la época, resultara poco creíble o irreal; de ahí que se catalogaran muchos de estos pasajes como un cuento chino para restarle credibilidad a estas crónicas (en las que no faltaba la ficción literaria y la poesía) y poner en duda la veracidad de los descubrimientos geográficos de Marco Polo.

La cultura popular cubana (y no hay dudas de que a los cubanos les encanta fabular) recoge por su parte, que un cuento chino surgió a raíz de la emigración de chinos hacia Cuba, procedentes fundamentalmente del sur, en 1847. (Aunque esta versión es muy posterior a la anterior, sí indica la apropiación coloquial que los cubanos hacen de esta frase). La sacarocracia española, debido a la presión internacional que le exigía abolir la esclavitud y a la persecusión que estaba haciendo Inglaterra de los barcos dedicados a la trata negrera, explora en China una alternativa de mano de obra barata. En el puerto de Amoy (hoy Xiamén) logran ilusionar a muchísimos chinos llamados culíes (palabra que según el Diccionario Inglés de Oxford se comenzó a utilizar a mediados del S. XVII y proviene del urdu* qulí, que significa, jornalero) con un contrato donde se les prometía comida, ropa, alojamiento y un salario de cuatro pesos al mes a cambio de su trabajo en el cultivo y la producción azucarera.

La hambruna que estaban sufriendo los chinos en ese momento les inspiraba a creer y aventurarse sin desconfiar de un convenio escrito en español cuya «letra pequeña» decía que todos los gastos de alquiler y comida se les descontarían de su salario, que al llegar tampoco fue de cantidad prometida en el puerto de embarque. Los chinos (hasta 1874 cuando se prohibió la contratación de culíes) arribaron a Cuba y a otras regiones de América para trabajar como esclavos, recibir castigos inhumanos y endeudarse por tiempo indefinido.

Los primeros 200 y luego las sucesivas importanciones de chinos que llegaron al puerto de Regla, en La Habana, fueron engañados, engatusados, estafados; víctimas de «un cuento chino» que le costó la vida a muchos inmigrantes que solo encontraron en el suicidio la liberación y el camino de retorno. De esta trágica realidad trascendió en Cuba hasta la actualidad, la expresión eso es un cuento chino, para definir coloquialmente, una mentira disimulada con promesas y palabras vanas.

*Urdu: lengua hablada principalmente en la India y Pakistán.

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Colgar el sambenito: origen y significados

Sambenito y coroza. Las llamas orientadas hacia arriba indicaban que el acusado estaba condenado a morir en la hoguera. Las llamas hacia abajo eran la señal de que el hereje se salvaba de la muerte, aunque sería quemado si reincidía.

El sambenito en sus orígenes fue una especie de saco bendito (porque era previamente bendecido por un sacerdote) que usaban los cristianos primitivos durante su penitencia. Se colgaban sobre el pecho y la espalda a través de una abertura por donde se metía la cabeza. Los monjes benedictinos, de la orden de San Benito (del latín Benedictus que significa bendito), fundada a comienzos del S. VI llevaban una vestimenta similar, un ancho escapulario que portaban por encima del hábito al que se le llamó san benito y luego sambenito por aspiración fonética.

En la Edad Media, la Santa Inquisición convirtió los sambenitos en la túnica de la infamia, el símbolo de la humillación pública que los condenados por herejía eran obligados a llevar. Esta vestimenta era generalmente de lana, de color amarillo, estampada con la cruz de San Andrés (que significaba humildad y sufrimiento), pero también con llamas de fuego, demonios y grafías que aludían al tipo de condena a que sería sometido el reo. Además del sambenito, los sentenciados llevaban una coroza (del lat. crocea): gorro cónico o capirote, marcada con los signos de su delito.

Uno de los cinco sambenitos del Museo Diocesano de Tui.

En su libro: «Los sambenitos del Museo Diocesano de Tui» (Ed. Museo Diocesano, 2004), el doctor en teología, Jesús Casás Otero, explica que existían otros sambenitos que eran los letreros que se colgaban de las iglesias con el nombre y el castigo correspondiente de todos los condenados. En este museo de Tui (Galicia) se exponen los únicos sambenitos que se conservan en España, lienzos de principios del XVII, con el nombre y la condena de personas reales sentenciadas por el Santo Oficio.

Es curioso que colgar a alguien el sambenito ha mantenido a través de los siglos (en sentido figurado, claro) las mismas connotaciones negativas que tenía en el medioevo. Durante la Santa Inquisición muchos de los acusados fueron injustamente condenados por brujería, quiromancia, blasfemia… Literalmente se les colgaba el sambenito y se les hacía pagar el castigo pese a su inocencia (bastaban solo tres acusaciones para que alguien fuera investigado). Fuera cual fuera la condena: pena de muerte, destierro, prisión, flagelación, el procesado estaba obligado a llevar el sambenito como auto de fe, en el momento de la ejecución. Esta descripción ejemplifica uno de los significados que recoge la RAE, vigente en el uso actual de la expresión: cargar con una culpa inmerecida. Popularmente se utiliza en España, Cuba y otros países hispanoparlantes un dicho similar: «cargar con el muerto o echar el muerto» (de origen medieval) para atribuir a alguien un hecho que no cometió. En Argentina equivaldría a «comerse un garrón» (de garra: espolón o extremo de la pata de la res y otros animales): pagar por algo que no se ha hecho (aunque significa también atravesar por una situación desfavorable).

Colgar el sambenito es también el descrédito que queda de una acción y se relaciona con la fama o la buena reputación perdidas. En este caso la frase implica un daño moral que permanecerá durante mucho tiempo. Esa repercusión ética de la condena estaba implícita en el castigo que aplicaba la Inquisición, consciente como era del escarmiento que produce la vergüenza pública. Cuando se le colgaba a alguien el sambenito no solo el acusado pagaba por su culpa sino que la familia sufría públicamente el estigma de esa sentencia durante varias generaciones. Hijos y hasta nietos del reo padecían la marginación social: no podían ejercer oficios de servicio público como abogado, boticario, cirujano, cura… y además, estaban obligados a lucir una apariencia austera, sin alhajas, oro o algún otro tipo de adorno. Quitarse entonces el sambenito requería muchos años, lo que en la actualidad quiere decir que cuesta mucho librarse de un estigma o una difamación. Otra frase popular recoge, en sentido figurado, este significado: por un perro que maté, mataperros me llamaron. También el refrán: cria (o crea) fama y acuéstate (o échate) a dormir en su sentido peyorativo tiene un significado similar.

El verbo correspondiente a colgar a alguien el sambenito es sambenitar o ensambenitar (dicc. de María Moliner): poner el sambenito a alguien por sentencia de la inquisición, desacreditar a alguien con alguna imputación que se le propala. En el Quijote ya aparece la frase con el uso que tiene en la actualidad: «¡Ah, señor mío!, dijo a esta sazón la sobrina, advierta vuestra merced que todo eso que dice de los caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no las quemasen, merecían que a cada una se le echase un sambenito o alguna señal en que fuese conocida por infame y por gastadora de las buenas costumbres» (Cap. VI de la segunda parte, ed. del 2004, RAE).

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Guiri y yuma o cómo llamar a los turistas en España y Cuba

Guiri y yuma son los términos coloquiales para calificar a los turistas extranjeros en España y Cuba respectivamente. Ninguno de los dos tiene una connotación despectiva u ofensiva, aunque en ocasiones guiri y yuma sí se asocian con el extranjero a quien se puede engañar, el turista que no se entera bien de las cosas precisamente por la barrera cultural e idiomática o alguien a quien se le puede vender «gato por liebre». En España el ejemplo más claro se ve en algunos bares donde se les ofrece a los «guiris» jamón serrano por jamón ibérico (con la consiguiente estafa en el precio). En Cuba, el mercado negro de habanos está lleno de falsos Montecristos, Cohibas y H. Upmann ideales para «yumas» que confían en que están adquiriendo una ganga.

Tanto guiri como yuma son voces coloquiales cuyos orígenes se debaten en la actualidad. Guiri es un apócope del euskera guiristino, cristino, nombre con el que, durante las guerras civiles del siglo XIX, designaban los carlistas a los partidarios de la reina Cristina, y más tarde, a todos los liberales (RAE). De ahí, según algunos estudios, sale la idea de guiri como «los otros, los que no son como nosotros, los de fuera». Otros consideran que guiri pudiera derivarse del término guirigay, que significa «lenguaje oscuro y difícil de entender», teniendo en cuenta que el idioma de los extranjeros resultaba incomprensible para los españoles. Por su parte el escritor Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) especula que guiri pudiera derivarse del turco guiur: infiel o extranjero.

La expansión coloquial de guiri está vinculada a la apertura de España al turismo en la década del 60 y el 70. El fenotipo de los extranjeros fue influyente en el significado del término, el guiri se relacionaba con los turistas muy blancos de piel, rubios, altos y de ojos claros, que hablaban inglés, holandés o alemán y las guiris eran aquellas suecas rubias y esbeltas muy bien recibidas por los españoles porque venían a las playas a hacer topless que era algo prohibido para las españolas. Esto marcaba una especificidad del término que excluia por ejemplo, a portugueses e italianos. En la actualidad aunque guiri se ha generalizado se sigue tipicando más en ese arquetipo de turistas, sobre todo, cuando se hacen acompañar de una guía de viajes, unas chanclas (chancletas) y una cámara fotográfica.

El origen de yuma es desconocido por los propios cubanos, pero sí es cierto que al principio el calificativo sólo incluia a los norteamericanos. Algunos consideran que yuma es una derivación lingüística de «yunai» palabra muy usada en Costa Rica, que se derivó de la fonética de United (por United States). Otros estudiosos defienden que yuma fue sacado de las películas del oeste que mostraban como uno de sus principales escenarios a Yuma, una ciudad del estado de Arizona que apareció también en el famoso título de 1957 «3:10 to Yuma«. Si consideramos el gusto de los cubanos por los western americanos (una afición que duró muchas décadas y sobrevivió incluso a la revolución de 1959), que los diálogos eran en inglés subtitulados al español y que el español de Cuba se apropió de muchísimos anglicismos dada la relación histórica con Estados Unidos, la teoría cobra solidez.

Sin ser conscientes de la referencia toponímica de la palabra yuma, los cubanos tienen para el término una acepción de lugar, me voy para la yuma significa en Cuba irse para Estados Unidos o para el «norte», como también se decía popularmente hace unos años.

El calificativo yuma se afianzó entre la población cubana frente a otros vocablos como yanqui (del inglés yankee) y gringo (muy extendido en México, Honduras, Bolivia, El Salvador, Costa Rica, Chile, Venezuela y otros países de latinoamérica). Pienso que la abducción de la palabra yanqui que hizo el discurso político de la revolución, cuyas connotaciones eran de desprecio y odio hacia Estados Unidos, determinó esta escisión y la prevalencia de yuma en el lenguaje popular.

En la actualidad yuma califica a todos los turistas extranjeros sean o no americanos (aunque para los españoles se impone el término «gallego», dado el gran flujo migratorio de españoles de Galicia a Cuba). De hecho, la expresión popular cubana no te hagas el yuma, es como decir no te hagas el extranjero o no te hagas el sueco (como se dice también en España). Todas ellas significan: no simules que no sabes algo que has vivido o que conoces perfectamente.

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Hacer novillos: origen y expresiones afines

Hacer novillos es una de las expresiones heredadas del lenguaje taurino. Según Alberto Buitrago en su Diccionario de frases hechas, hace referencia a los jóvenes estudiantes que querían ser toreros y se escapaban de la escuela para torear novillos en las dehesas. El propio Rafael Alberti, poeta gaditano de la generación del 27, fue expulsado en 1916 del colegio jesuíta donde estudiaba por escaparse de clases para practicar la tauromaquia, aunque su carrera como torero solo duró tres horas, cuando en 1927, en la Plaza de Toros de Pontevedra, se vistió de luces y salió a hacer el paseíllo con la cuadrilla del célebre torero, escritor y amigo, Ignacio Sánchez Mejías.

Para algunos estudiosos hacer novillos era asistir a una corrida de toros por lo que hacer día de novillos era hacer día de fiesta y hacer novillos, por traslación, hacer fiesta. (Día de fiesta es como se le sigue llamando en España a los días festivos o feriados).

De faltar a clases para irse a torear, hacer novillos se convirtió en una expresión popular que significa ausentarse del colegio bien para irse de paseo, de parranda o simplemente para vagabundear por calles o campos. La RAE define hacer novillos en su uso coloquial como: dejar de ir a un sitio a donde se tiene la obligación o costumbre de ir, particularmente faltar los chicos a la escuela para irse a jugar.

Hay una variedad léxica muy amplia relacionada con la expresión hacer novillos. En Cataluña se dice hacer campana; en Extremadura hacer monta o hacer capona; en Galicia, latar; en Canarias, hacerse o pegarse la huyona; en Andalucía, hacerse una piarda; en Murcia, fumarse la clase (como en francés: sécher les cours) y en Madrid y el centro de España, hacer pellas (las pellas eran bolas de barro que cabían en el hueco de una mano y que los chicos que faltaban a clases se entretenían lanzando contra cualquier cosa. Hacer pellas se usaba antes de la guerra civil española aunque no fue hasta 1992 cuando fue incluida en el diccionario de la Real Academia).

Fuera de España las equivalencias lingüísticas que tiene la locución hacer novillos en diferentes países y regiones de habla hispana demuestran el enriquecimiento del español fuera de los límites de la península. En Ecuador se dice echar o hacerse la pera; en Argentina, Paraguay y Uruguay, hacerse la rabona; también en Argentina, hacerse la rata o hacerse la yuta; en México, irse de pinta; en Puerto Rico, comer jobos; en Honduras y El Salvador, irse de capiura; en Perú, hacer la vaca; en Chile, hacer la cimarra; en Venezuela, jubilarse de clases; en Colombia, capar clase.

La abundancia y diversidad de todas estas expresiones y la vigencia que tienen en el idioma dentro y fuera de España denota que ausentarse de clases y burlar las normas es una práctica social extendida en las sociedades hispanoamericanas. En la psicología social hacer novillos goza de cierta condescendencia colectiva, se relaciona más con una infracción menor que con una falta grave (de hecho, España es el país de la Unión Europea con mayor índice de absentismo escolar: 1 de cada 3 alumnos hacen novillos). Detrás está esa inclinación natural hacia la disipación y la picaresca histórica para inventar excusas; basta echar una ojeada en internet para comprobar que proliferan los consejos sobre cómo faltar a clases sin ser descubierto.

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Flipar: usos coloquiales en España

Flipar es una de las palabras más usadas en la jerga juvenil en España. Uno de los significados coloquiales de flipar que recoge la RAE es: drogarse, «colocarse» o estar bajo los efectos de una droga. Esta definición dará lugar a otros significados que metafóricamente se van a relacionar con los efectos que produce el consumo de estupefacientes. Alucinar, excitar, sorprender, volverse loco e irracional son algunas de las acepciones que van a definir al verbo flipar y que popularmente se utilizan fuera del contexto de la droga.

Flipamos cuando quedamos fuertemente impresionados o deslumbrados ante un hecho, cuando estamos entusiasmados o fascinados. En este sentido vale recordar la etimología de la palabra entusiasmo: estar poseído por un dios, sentirse elevado por una fuerza que nos sobrepasa. Esta acepción de flipar habla de un estado de excitación intenso que sobrepasa la normalidad y nos pone fuera de nosotros mismos. Ejemplo: Flipé en el concierto de Lady Gaga.

El sustantivo de flipar es flipe y la locución ¡Qué flipe! se utiliza cuando algo nos impresiona o excita demasiado. Según la intención algunas frases similares serían: ¡qué locura!, ¡qué alucinante! o ¡qué interesante!

Flipar también es sorprenderse, para bien o para mal, ante algo inesperado. Un suceso que no se esperaba nos deja pasmados o asombrados. Ejemplo: Flipé con la noticia de la muerte de Michael Jackson o flipó cuando le tocó la lotería.

En ocasiones, para intensificar y exagerar el valor de la alucinación o el desconcierto se utiliza la expresión: flipar en colores, un matiz pictórico vinculado a las visiones alucinógenas de algunos narcóticos.

Flipar se utiliza también para decir que algo nos gusta, nos agrada, nos deleita, nos encanta o nos mola mucho, coloquialmente hablando. Ejemplo: Flipo con la música de Queen, me flipan las chicherías.

Flipar proviene del verbo inglés to flip: tirar, voltear, chasquear… y estar flipado es la españolización de flip out (slang o jerga) que tanto en inglés como en español significan ponerse como un loco, perder el juicio, volverse irracional o tonto. El valor ofensivo y peyorativo de la expresión está determinado por el tono y el contexto en el que se utiliza. Si bien las acepciones anteriores tienen un uso informal bastante extendido, estar flipado tiene un carácter más vulgar. Ejemplo: Estás flipado si piensas que te voy a dejar mi coche (carro, auto) nuevo.

Coloquialmente otras expresiones equivalentes a estar flipado para significar estar loco, serían: irse la olla, irse la pinza, estar chalado, volverse majara, perder la chaveta (Venezuela, México)…

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Dar corte, hacer la corte, hacer un corte de mangas…

Las expresiones coloquiales relacionadas con la palabra corte son tan variadas que según sus combinaciones gramaticales tienen un amplio espectro de significados que van desde sentir vergüenza u ofender hasta halagar.

Dar corte algo a alguien tiene un matiz moral, coloquialmente se utiliza para referirse a algo que nos resulta engorroso o embarazoso porque nos da vergüenza (pena, para los cubanos, costarricenses, mexicanos, panameños…). Un claro ejemplo se da cuando se tiene que comunicar algo desagradable o cuando nos encontramos en medio de una situación incómoda, «le da corte decirle que se tiene que marchar», «me da corte presentarme sin avisar»…

Sin embargo, la presencia de un artículo varía el sentido coloquial de la expresión, si en lugar de dar corte se utiliza dar UN corte a alguien, significa entonces cortar una conversación con una respuesta aguda e inteligente que intenta evadir o zanjar un tema. (En las entrevistas públicas abundan las ocasiones en las que el entrevistado sale airoso de una pregunta capciosa cuando da un corte a su interlocutor).

Hacer un corte de mangas es un insulto que se hace poniendo un brazo en forma de L y golpeándolo entre el hombro y el codo con el antebrazo del brazo opuesto (justo a la altura de una manga corta). Los terrenos de football han sido escenarios prolíferos en este tipo de ofensas. Basta ver este vídeo (minuto 0.52) en el que Iker Casillas, el portero del Real Madrid, pierde las formas. El gesto se hace aún más ofensivo si se acompaña de la extensión del dedo corazón hacia arriba, mientras el resto de la mano permanece cerrada en un puño.

Un significado totalmente opuesto al corte de mangas tiene hacer la corte, que proviene de la tradición monárquica española, (actualmente vigente) cuando se hacía la corte visitando la casa real en señal de cortesía y respeto. Como expresión coloquial se hace la corte cuando se quiere lisonjear, cortejar o halagar a alguien, en especial si se tiene la intención de seducirla o enamorarla. Otros términos populares españoles afines a hacer la corte son tirar los tejos o ligar.

Hacer la corte también se utiliza, aunque mucho menos, para elogiar o adular a alguien (generalmente a un jefe o a un superior) con algún interés premeditado.

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Irse por los cerros de Úbeda: significados

Irse por los cerros de Úbeda es una frase española que equivale a otras expresiones coloquiales como irse por las ramas o irse por la tangente. Todas ellas significan: divagar, alejarse del tema central de la conversación, disgregar el discurso con argumentos innecesarios o que no guardan relación.

Esta locución se suele utilizar en sentido imperativo no te vayas por los cerros de Úbeda cuando hay una marcada intención del interlocutor de evadir una respuesta.

Úbeda es una ciudad española de la provincia de Jaén (Andalucía) y el origen de este proverbio toponímico irse por los cerros de Úbeda, según el Diccionario de dichos y frases hechas, de Alberto Buitrago, se remonta a 1234, cuando la reconquista a los almohades de esta ciudad. Según cuentan, un importante capitán (el conocido Álvar Fáñez) del rey Fernando III, El Santo, desapareció poco antes de comenzar el combate y se presentó en la ciudad una vez que había sido reconquistada. Al preguntarle el rey dónde había estado, el interpelado respondió que se había perdido por los cerros de Úbeda. Desde entonces, la frase permaneció entre soldados y cortesanos como sinónimo de cobardía, aunque con el paso del tiempo esa acepción se ha disipado y ahora irse por los cerros de Úbeda significa más evasión y dispersión.

Otros significados de este proverbio también se han perdido durante los siglos de evolución de esta locución. En Don Quijote de la Mancha, en el capítulo XXXIII, Sancho Panza dice a Dulcinea: «(…) conviene saber: lo del encanto de mi señora doña Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda Y aquí la mención a estos cerros quiere decir, según la RAE: estando muy lejos de la verdad. En otro de los capítulos de la gran obra de Cervantes, el LVII, vuelve Sancho, respondiendo a una pregunta de Don Quijote, a echar mano del mismo refrán: «Los tres tocadores sí llevo, pero las ligas, como por los cerros de Úbeda«, para referirse a: en modo alguno, como si las ligas se hubieran ido por caminos inexistentes.

Con esa misma idea de lugar remoto, Antonio Machado, quien vivió cerca de Úbeda, escribe en uno de sus poemas:                                                                                                      Cerca de Úbeda la grande,
cuyos cerros nadie verá,
me iba siguiendo la luna
sobre el olivar.

Andarse por los cerros de Úbeda, echarse por los cerros de Úbeda, tirar por los cerros de Úbeda e irse por los cerros son las variantes lexicales de esta expresión que en Argentina adquiere su peculiaridad: irse por las nubes de Úbeda.

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Lío: significados coloquiales

La palabra lío merece una disección por la cantidad de variantes coloquiales que tiene y por los significados que adquiere según el contexto y la intención con que se utiliza. Intentemos desenredar estos líos…

En ocasiones lío se refiere a tener un enredo o confusión en la mente, a la falta de claridad para discernir y a no saber qué camino tomar. (Este seguramente es el uso más extendido entre los países hispanohablantes). Popularmente se expresa también en España como: tener un cacao.

Estar hecha un lío o hacerse la picha un lío: son variantes coloquiales de tener un lío, y también significan estar confundido, turbado, indeciso, desconcertado o aturdido, no tener cabeza para pensar o tomar una decisión.

Tener un lío es también una locución verbal muy utilizada en España para referirse a tener una relación amorosa pasajera, un affair, o una relación sexual informal. El diccionario de María Moliner lo describe como: mantener relaciones amorosas irregulares o la relación entre personas que no están casadas. Se dice estoy liado con X para hablar de ese tipo de relación esporádica y ligera. Liarse con alguien es, coloquialmente, sinónimo de ligar: entablar relaciones amorosas o sexuales pasajeras (RAE), y tener un ligue, vale para denominar a la persona con quien se establece la relación, ejemplo: por ahí viene mi ligue, así como para hablar de la conexión sexual con una persona: tengo un ligue (o un lío) con un médico.

Pero además tener un lío es tener una acumulación (usualmente de trabajo) que connota cierto desorden o caos. Tengo mucho lío se refiere a tener mucho quehacer, un atolladero que nos provoca gran agobio. Coloquialmente se entiende también como tener un follón. En el lenguaje popular cubano una frase similar sería: «estar aterrillado», estar muy ocupado.

De aquí se desprende el significado de estar liado: estar enredado u obligado a hacer algo. Si alguien te lía es que te mete en un problema, te compromete a hacer algo que no tenías en tus planes.

Pero si te metes en un lío por tí mismo (expresión muy utilizada en Cuba) estás envuelto en problemas, en asuntos generalmente ilegales o que pueden tener malas consecuencias.

Liarla está muy relacionada con meterse en líos pues significa provocar o desencadenar un problema de repente, o sea, armar un lío o meter la pata. Y para acentuar ese valor o magnificar el problema, se utilizan ciertas combinaciones coloquiales como liarla gorda o liarla parda. (Lo de parda no he podido descubrir de dónde proviene pero supongo que sea por la relación con el color pardo: oscuro con matices rojo amarillentos, un color que nos da la idea de que la situación es turbia, revuelta, enmarañada).

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Meterse en camisa de once varas

El refrán meterse en camisa de once varas, según Néstor Luján en su libro «Cuento de cuentos«, hace referencia a una tradición de la Edad Media, época en que, como parte de la ceremonia de adopción de un hijo, se metía al niño por una manga muy ancha de una camisa y se le hacía salir por el cuello. La camisa debía medir once varas (aproximadamente 8.49 metros) y cuando las adopciones comenzaron a salir mal se empezó a decir: no te metas en camisa de once varas.

Este es una expresión muy utilizada en España, en Cuba y seguramente, en muchos países hispanoparlantes. Según la RAE y el diccionario de María Moliner el proverbio meterse en camisa de once varas significa: inmiscuirse alguien en lo que no debe importarle, pero considero que en el lenguaje coloquial, su sentido se refiere más a meterse en algo que nos está grande (la camisa de once varas ilustra este significado); emprender una obra, un asunto, un negocio o una actividad para la cual no estamos plenamente cualificados o que nos supera por alguna razón.

En la actualidad la variante negativa: «no te metas en camisa de once varas» es mucho más utilizada coloquialmente, y en ella perdura esa connotación de advertencia que arrastra la expresión desde sus orígenes medievales y que intenta advertirnos sobre algo que tiene grandes probabilidades de salir mal.

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